Crainquebille (1922) de Jacques Feyder

A veces creo que la sencillez es una virtud muy a tener en cuenta y que me temo que está cada vez menos valorada en el mundo del cine. A menudo, una historia sencilla y corta puede transmitir más y tener más valor que una gran producción y, en mi opinión, este film de Jacques Feyder es un perfecto ejemplo de ello. La Atlántida (1921) y Crainquebille fueron dos de las películas que realizó el director francés en su primera etapa muda y ambas llegaron seguidas, haciendo más tentadora aún la comparación. La primera es un film majestuoso con una historia épica y una lujosa producción que incluía una ciudad misteriosa perdida en mitad del desierto y una terrible reina, la segunda un sencillísimo drama callejero sobre un humilde vendedor. El contraste es más que evidente y llama la atención que primero realizara la película más costosa y luego el drama intimista. Y pese a la magnitud de La Atlántida, yo me quedo bastante antes con la segunda sin dudarlo.

El film se sitúa en la parte obrera de París, tal y como remarca el inicio en que se sigue el recorrido de un carro que se dirige al mercado y que va pasando por los diversos barrios de la ciudad, desde la zona alta a los barrios humildes. Ahí se nos presenta a Crainquebille, un anciano vendedor ambulante de verduras querido por toda la gente del barrio y del que el espectador se encariña enseguida.
Por desgracia, un día la mala suerte se le echa encima sin previo aviso. Tras una disputa por una nimiedad, un policía le detiene acusándole de haberle insultado. Crainquebille, que sabe que no es cierto, se toma el encierro en prisión como una nimiedad y hasta disfruta de los pequeños lujos de la cárcel, como el disponer de agua caliente. Por desgracia, cuando sale de ahí, la gente del barrio le mira con desprecio por ser un expresidiario y lentamente Crainquebille irá hundiéndose solo.

El tema moral de la película resulta tan obvio que puede que a algunos espectadores hasta les resulte molesto. La hipocresía con que los personajes pasan tan repentinamente de adorarle a evitarle por su encontronazo con la ley es tan marcada que se le podría acusar de falta de sutilidad, del mismo modo que se le podría acusar al final de ser algo sentimentaloide. Pero aunque a veces estos defectos me resultan molestos, en Crainquebille no veo estos rasgos como defectos, porque de algún modo Feyder consigue imprimir al film de una sensibilidad especial que me hace conectar con su forma de mostrar la historia, por mucho que sea algo simplista.

Todo ello es posible por el encanto que rezuma el personaje de Crainquebille. Por ejemplo, un momento breve pero que me parece muy hermoso es cuando el anciano fantasea con una de sus clientes sobre cómo vivirían en el futuro si fueran ricos, ella en una lujosa casa con jardín, y él sería su vecino. Es una fantasía tan inocente y hermosa que hace que el espectador simpatice instantáneamente con el personaje. O la simplicidad con que acoge su detención, que le hace preguntarse únicamente sobre qué será de su carro mientras está en la cárcel. No le vemos recreándose en el dolor de esa injusticia, sino simplemente asumiéndola como otro hecho diario, no es un mártir, y eso le hace más creíble aún.

Una escena que refleja su forma de ver las cosas y que además permite a Feyder recrearse un poco tras la cámara es la escena del juicio, en que durante los interrogatorios vemos a los personajes desde el punto de vista de Crainquebille: a sus ojos el policía que testifica en su contra es gigante, mientras que el hombre que le defiende le parece insignificante. Eso da una idea sobre cómo se siente él a ojos de la justicia, metido repentinamente en un mundo y sistema que no comprende.

Una película sencilla y entrañable.

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